Qué es estar bien

Qué difícil es a veces, piensa Maritornes, saber cuándo los llamados del cuerpo, sus ligeros o severos desvíos del funcionamiento normal, o de la estética, requieren atención médica. No es un secreto que con cierta frecuencia los remedios resultan mucho peores que la enfermedad, particularmente en estos tiempos de exámenes a menudo invasivos y de fármacos o intervenciones que al aliviar una cosa pueden dañar otra. Su padre solía recitar el epitafio del hipocondríaco: “Aquí yace un buen señor, que estando bien quiso estar mejor”.

  En efecto, pareciera que hubiéramos olvidado dos cosas, por un lado que el cuerpo, mediando una actitud comprensiva y de sentido común ante sus inconvenientes, tiene a menudo la capacidad de sanarse a sí mismo y por otro lado que no existen ni el cuerpo estéticamente perfecto ni el que nunca se enferma. Vivimos sumergidos en una búsqueda de la perfección que nos lleva a la insensatez de procurar una intervención médica para todo lo que nos aqueja y una ayuda estética para mejorar aspectos que son sencillamente el fruto de nuestra individualidad o del natural paso del tiempo.

  Maritornes no está abogando por una actitud de descuido en relación con asuntos de salud, ni tampoco satanizando a quienes se valen de los avances de la medicina estética para arreglar algo que les incomoda. Más allá de eso sencillamente se pregunta cuándo y por qué llegamos a un punto en el que una especie de perfeccionismo a ultranza terminó patologizando la vida. Nos asalta con facilidad un pavor de que los altibajos del estado de ánimo o de la energía vital, o el dolor ocasional presagien una enfermedad mortal y por tanto deban ser atendidos por personal médico especializado. Se pregunta desde cuándo, además, estamos obligados a ser tan bellos, tan perfectos, tan inmunes al paso del tiempo, tan apegados a los cánones contemporáneos de estética que debamos poner en riesgo la vida (esa misma que por otro lado cuidamos mediante innumerables revisiones preventivas y consultas con especialistas) con tal de tratar de cumplir estándares físicos a menudo imposibles.

  Es maravilloso que haya médicos competentes que nos libren de enfermedades penosas, o de la muerte prematura. Es de agradecer que existan cirujanos plásticos diestros capacitados para remediar las que consideramos catástrofes de nuestro cuerpo. Es maravilloso que haya medicamentos que nos puedan aliviar dolores y complicaciones. Empero, también hay encanto en la imperfección (que por cierto es un concepto bastante subjetivo); también es posible que el cuerpo se cure solo; también un dolor a veces es pasajero; y puede ser también que un síntoma cualquiera no indique la presencia de una enfermedad terminal.

  Una cierta actitud serena ante las variaciones de nuestro bienestar físico nos pondría en sintonía con el fluir de la naturaleza que no encuentra trágicas ni atemorizantes las hojas secas o la lluvia y que sabe que la noche no es imperfección ni castigo ni amenaza sino la forma como la vida se embellece de contraste y nos ayuda a ver la luz mediante la oscuridad. Tal vez entonces calificaríamos menos cosas como enfermedades —o imperfecciones— y entenderíamos que solo son la forma como se desenvuelve el camino de la vida, como nos entrega los cambios de paisaje.

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