En el principio era el verbo, la palabra. Sin entrar en análisis sesudos a la luz de la exégesis, piensa Maritornes, no es descabellado concluir a base de observación que, en efecto, primero es el verbo.
La palabra, pudiera decirse, es el segundo paso en esa fundamental cadena que consta de pensar, decir, y hacer. Así las cosas, si la palabra es la hija primogénita del pensamiento y la antesala de la acción, quizás merece bastante mayor atención de la que se le presta por lo general en la actualidad, y sobre todo en los medios.
Maritornes observa atónita el desgreño con el que por lo general se trata la palabra en estos tiempos de acceso generalizado a la posibilidad de expresarse ante un público amplio y creciente. Pareciera, por el contrario, que muchos medios hubieran tomado la decisión concertada de ahorrar en todo lo concerniente a la palabra y por ende en la formación de los redactores y en la contratación de correctores. Es como si a un fabricante de salsa de tomate le diera por ahorrar en los tomates, o al vendedor de arepas le diera por ahorrar en maíz.
Mientras que los medios quieren persuadir al público de que pague por el contenido impreso o digital, “el carro logra ser evacuado”, “el crimen es perpetuado por una mujer”, “la nueva sede es aperturada” y la carta “recepcionada”, la preposición “frente” las reemplaza a todas y entonces se piensan cosas frente otras, y no sobre estas, y se reacciona frente a los hechos y no ante estos y los artículos caen sin remedio por el despeñadero de la indiferencia de modo que exista “casa de máquinas” y no “una” o “la” casa de máquinas y la enfermera le pide al paciente que “suba brazos” y “relaje cuerpo”, y así ad infinitum, y esto sin ahondar en la preponderancia del lenguaje soez, de los extranjerismos y de otros males omnipresentes.
Lo preocupante es que si la palabra es reflejo y expresión del pensamiento —por lo que exige en materia de lógica, análisis y reflexión antes de considerarlo listo para la emisión—, con el deterioro del verbo viene inexorablemente el deterioro del pensamiento. En el mejor de los casos la palabra y el pensamiento se retroalimentan en un círculo virtuoso de complejidad, belleza y lógica. En el peor, la palabra refleja una atrofia en la capacidad de pensar antes de hablar, un deterioro en la posibilidad de profundizar en una idea, un desamor, o al menos un desinterés ampliamente extendido, en hacer de la expresión un trabajo de altura en el cual el privilegio de expresarse traiga consigo la obligación de hacerlo con ponderación y cuidado.
En el principio era el verbo. La palabra es fundacional. No se trata de ejercer el arte vanidoso de cazar gazapos en lo que dicen o escriben los demás, se trata de intentar persuadir a un número creciente de personas de que por la vía de intentar expresarse lo mejor posible se aprende mucho más de lo que salta a la vista porque saber expresarse es, a menudo y de muchas formas, casi lo mismo que saber pensar.