Infancia

Infancia, territorio iluminado

por la misericordia del recuerdo.

Niñez clara y fulgurante

bajo el mágico prisma de los años.

 

Ahora que navego

en mar abierto

hacia el confín de mis días

me guío por el faro

cada vez más nítido

de la inocencia perdida.

 

Entre las brumas del tiempo

me sonríe ligera, liviana

y bondadosa la calidez

imaginada del pasado.

 

Tuve y no tuve la dicha

de ser niña. Si la tuve,

la inventé. Quiera Dios que pueda

con igual poesía

inventarme la luz

de las tardes por venir.

El regalo de la afinidad

Mucho se habla ahora de la necesidad de reconocernos respetuosamente como seres diferentes (“diversos”, según entiende Maritornes, es la palabra apropiada). Y sí, es indispensable que podamos apreciar cuánto nos enriquecen las variadas interpretaciones y perspectivas de la vida, otras culturas y modos de pensar.
No obstante, Maritornes está hoy pensando con espíritu de gratitud en la condición contraria, en la bendición que constituye, en el respaldo que a veces ofrece y en la seguridad que provee pertenecer a una comunidad afín que comparta una tradición, que provenga de la misma historia, que haya crecido en la misma cuadra, con quienes nos hayamos subido a los mismos árboles y hecho las mismas travesuras y con quienes estuvimos acompañados de algunas personas en común —amigos, maestros, vecinos y tías. A esos coterráneos de procedencia no hay que describirles el quién es quién en la constelación de la infancia, no hay que explicarles los chistes ni la jerga local, ni a qué sabe el desayuno que uno añora.
En esta ocasión Maritornes vuelve la mirada a esa patria chica afectiva en la que la risa es fácil y las anécdotas compartidas eternamente poderosas por más que se repitan. No se trata de alentar comunidades cerradas y excluyentes, sino de regocijarnos en ese otro regalo que da la vida cuando es posible contar con una serie de códigos y de información compartida.
Al fin y al cabo las soledades más devastadoras se gestan en ese territorio huérfano de referentes, en el de los migrantes cuyas amarras con su cultura han sido violentamente rotas, el de los exilados que deben pasarse la vida buscando un idioma emocional en común con una nueva cultura. Y en esta disyuntiva entre pertenecer con terquedad y nunca asomarse o poner pie en otras existencias posibles, o abandonar para siempre el país interior de la infancia, tiene que haber un punto medio en un mundo que irremediablemente salió a navegar y a darle la vuelta al planeta.
Tener sentido de pertenencia, sentirse acogido por los lugares conocidos nos permite, además, apreciar a fondo los elementos que a otros les generan esa misma seguridad, y que distan mucho de los propios. Pocas cosas serían, y son, más duras, que no tener una tierra conocida a donde regresar; y Maritornes agradece hoy a toda esa riqueza de afectos, a los que aún vuelve una y otra vez para reencontrarse.

 

Para todos

El vuelo del colibrí es para todos,

para los del andén de cartón

y los de las chozas que,

azotadas por el viento,

cuelgan de los riscos

o a duras penas se sostienen,

sobre la inclinada pared de la esperanza.

Un asomo de medialuna es para todos

para los enamorados

y también

para los presos que entre las lianas vírgenes,

se van a dormir

aturdidos por el bullicio indiferente de la selva.

Un pedacito de sol es para todo el mundo,

para los que viven en jaulas de vidrio

y para quienes, obstinadamente,

como yo,

buscan señales del cielo

en las grietas del pavimento.

Lista de regalos para Maritornes

Sin mucho preámbulo, paso a enumerar lo que Maritornes pide de regalo para Navidad. Me ha dicho que si no se pueden conseguir para este año, está bien para el año entrante.

  1. Que en Colombia todos los niños se sientan amados y protegidos.
  2. Que no se mueran perros de hambre en la calle.
  3. Que ya no necesitemos comernos a los animales.
  4. Que en Colombia, y en el mundo, podamos debatir las diferencias de opinión sin insultarnos, sin aplicarnos epítetos y sin amargarnos porque otros suscriben ideas diferentes de las nuestras.
  5. Que ninguna mujer sienta que para valer a los ojos de los demás debe tener un físico así o asá y, por lo tanto, que si acude a cirugías estéticas sea porque quiere hacerlo para sí misma y no como forma de buscar afecto y validación.
  6. Que no haya borrachos cansones.
  7. Que caigamos todos presa de una fuerza centrípeta que nos permita huir de la fuerza centrífuga.
  8. Que cuando miremos a los demás a los ojos nos veamos a nosotros mismos y nos demos cuenta de que cada uno es parte del mismo todo.
  9. Que nos miremos mucho a los ojos.
  10. Que entendamos que la tierra podrá ser el cielo cuando entendamos que la tierra puede ser el cielo.
  11. Que los hombres no “ayuden” en la casa sino que metan el hombro de igual a igual porque consideran que el trabajo doméstico nos corresponde a todos por ser una labor de autocuidado que no es dominio exclusivo de las mujeres.
  12. Que no tengamos que decir “todos y todas”.
  13. Que entendamos que dar demasiada importancia a lo trivial es lo mismo que trivializar lo importante.
  14. Que los amigos no se distancien y que los que se distanciaron se acerquen.
  15. Que podamos volver a ver cielos estrellados.
  16. Que encontremos la fórmula para limpiar los ríos y los mares.
  17. Que la gente entienda lo que ella (Maritornes) quiere decir.
  18. Que no suba a la presidencia de Colombia nadie que diga “todos y todas”.
  19. Que las cárceles sean lugares dignos y de resocialización.
  20. Que se acaben todas las fábricas de armas.

Dice Maritornes que con dos o tres cosas de la lista está bien y les desea una muy feliz Navidad.

 

El derecho a ser feliz

Vanesa tenía ojos de gato, a veces perezosos y soñadores y a veces astutos; pero eso no era lo importante de Vanesa. Lo importante era que acababa de tomar la decisión de ser feliz.

Anunciaba a los cuatro vientos esta nueva intención. A sus allegados les generaban pavor estas periódicas proclamas de medidas definitivas. Había querido ser feliz abandonando a sus hijos; había querido ser feliz gastando toda la herencia en embelecos predestinados al fracaso; había querido ser feliz endeudándose para regalar a los pobres. En cada emprendimiento dejaba a su paso una estela de desazón que, antes que disuadirla, la persuadía de su originalidad y de su ingenio.

Los grandes ojos de gato hipnotizaban de inocencia y convicción cuando les dijo a sus hermanas, que ya habían aprendido a esperar lo peor: “Voy a recuperar lo mío”. Según ella, eso la haría, ahora sí, completamente feliz.

La contravía vivificante

Hay que ir en contravía; no todo el tiempo y no en relación con todo, pero sí es indispensable hacer periódicamente el ejercicio de revisar si nos está arrastrando alguna corriente. De vez en cuando Maritornes trata de parar en la mitad del río para mirar hacia arriba de la corriente, hacia abajo y alrededor. Por ejemplo, cuando llevamos mucho tiempo viviendo entre la complacencia de personas que en general comparten nuestro modo de pensar, y hemos estado escasos de encuentros con personas que confronten nuestras ideas, es importante apartarnos para ver de qué nos hemos vuelto correligionarios y fanáticos.

La defensa contra los fanatismos, contra la ceguera grupal, se encuentra en cuidar con celo la posibilidad de pensar con independencia, de suscribir algunas ideas —pero no todas—, de las que vienen en un paquete ideológico, o religioso, o incluso anárquico, aunque esto último suene contradictorio. La conciencia ejercida a fondo es el bien supremo, y no la obediencia.

Si está de moda el cuadrado, hay que pensar por qué no será mejor el círculo. Si todos miran para un lado, hay que mirar para el otro, a ver qué hay allí. Maritornes no quiere proponer una posición de rebeldía sistemática, que en sí misma es una suerte de fanatismo y es apenas una respuesta automática—y que es agotadora para propios y extraños—. Y no es un ejercicio ególatra, avasallador ni vociferante. Lo que propone es más la posibilidad del vuelo de la mariposa que con su sobrevolar impredecible contribuye a embellecer el aire en el que se mueve. Lo que quiere enaltecer es un pensamiento inteligente y ponderado que dignifique al ser humano. Vivimos demasiado rodeados e incluso inmersos en manadas. Y una manada se cree muy original solo porque no es la otra manada.

La infinita riqueza del ser humano se manifiesta en la falta de uniformidad: el corredor solitario honra la vida mucho más que la marcha acompasada de un ejército. Podemos cantar en coro, sí, ahí también hay un gran potencial de belleza, pero son dos cosas muy distintas: cantar a coro o caminar cabizbajo y enajenado dentro de una tropa de reos. La libertad, la hermosísima libertad, está siempre en preguntarse si esto o aquello es lo que yo verdaderamente pienso, o quiero, o si por pereza de pensar, o por presiones directas o sutiles, particulares o generalizadas, estoy renunciando a mi derecho libertario de ir, —cuando así lo reclame mi conciencia—, en contravía.

El naufragio

Se nos asoman el sol

y el azul de los cielos

desprovistos de palabras

—limpios y despejados de estridencias

y de los destellos tristes del naufragio—.

Los restos de la catástrofe

ya reposan en la orilla remota del silencio

y yacen para siempre

en una playa dormida,

donde los desintegra poco a poco

el sol canicular

de alguna indiferencia.

¿A quién le importan las palabras fracturadas

que ni navegan ni soportan vendavales

ni guarecen los sueños de la fuerza de las olas?

¿A quién le interesan las astillas de lo que fuera

la hermosa embarcación que zarpara

hacia el puerto abierto de los días buenos?

¿Contra qué peñasco azotamos

inconscientes el velero ágil de la palabra amable

y lo destrozamos para siempre?

Qué torpes capitanes fuimos.

Fracasamos en todo y en todo nos faltaron

sabiduría, bondad, franqueza y tino.

Nos faltó la hombría que nace

de tener un aire alto, celeste y claro

impreso en las pupilas.

Encallamos de proa a popa.

Le fallamos al viento y al amor.

Impericias y tormentas no dejaron

ni una palabra de dónde

asirnos para sobreaguar

en el mar revuelto de las vanidades.

…….

Mas hay peores cosas

que encontrarse limpio y humilde

contemplando desnudo

en la playa del abandono

la preñez del atardecer.

Todos los ríos (con mercurio) van al mar (con mercurio)

Maritornes a veces se desespera de ver que esfuerzos serios de investigación sobre asuntos de gran importancia no llegan a la prensa, o son mal condensados con imprecisiones que alteran de forma fundamental las conclusiones. Sin embargo, de tanto en tanto la prensa cumple relativamente bien con esa parte esencial de su labor.

En un artículo publicado por El Espectador el 17 de abril de este año se afirma que cada año en Colombia se vierten entre 50 y 100 toneladas de mercurio, y dice también que Colombia es el país que más mercurio libera. Nos informa, además, que Colombia firmó en el 2013 el Convenio de Minamata (para controlar estos vertimientos), pero que aún el Congreso de la República no lo ha ratificado. Adicionalmente, dice el mismo artículo: “Entre 2013 y 2015 el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública reportó en el país 1.126 casos de personas enfermas por contaminación de mercurio. La mayoría asociadas a zonas de minería legal e ilegal. Muchas más de las que hace medio siglo contabilizaron las autoridades de Minamata”.

Aunque es cierto que los medios podrían hacerles más seguimiento a los temas que acometen de manera esporádica, no podemos esperar que se encarguen de todo aquello sobre lo que somos los ciudadanos los llamados a actuar, o al menos a entender y considerar, para poder presionar a quienes toman las decisiones. Un estudio titulado El lado gris de la minería del oro: La contaminación con mercurio en el norte de Colombia, escrito por Jesús Olivero Verbel. Ph.D. y Boris Johnson Restrepo. M.Sc., y publicado en el 2002 (http://www.reactivos.com/images/LIBRO_MERCURIO_-_Olivero-Johnson-Colombia.pdf), constituye una lectura interesante para los aspirantes a la presidencia.

En estas épocas preelectorales quizás podamos poner el proverbial granito de arena y exigirles a los candidatos que no solo estén informados sobre los pliegues y repliegues del acuerdo de paz que —es cierto— tendrán un impacto trascendental en los próximos años, o sobre las debilidades de sus contrarios o la estratagema política nuestra de cada día; necesitamos con urgencia que nos hablen del medioambiente, requisito sine qua non de todo lo demás. Poco que valga la pena nos vamos a ganar a largo plazo con que asuma la presidencia el candidato que preferimos, si por falta de atención a los asuntos ambientales nuestros niños están naciendo con microcefalia y los habitantes de las riberas de los ríos sufriendo de problemas neurológicos, y si continuamos, sin vergüenza, envenenando los ríos «nuestros» que van al mar de todos y si seguimos deforestando los páramos y las selvas con abandono inconsciente. Vale por mucho la pena volver con juicio los ojos hacia nuestros científicos, exigir de la prensa rigor informativo, y empezar a pensar con nuestros políticos en lo que de verdad importa a largo plazo.

 

La convocatoria

Era claro para ellos que Carmen, desde su inconsciencia, los convocaba. Mario llegó de China, Luz vino de Armenia, Nacho abandonó sus deberes de oficina para estar presente las veinticuatro horas y Ligia también se trasladó a la casa paterna. Maité, que siempre había estado, les informaba, conforme iban llegando, que la infección había cedido y que a lo mejor no era la hora final.

La casa adquirió vida de nuevo. Sobraba el mercado, abundaban las risas y sobraban también los llantos de nostalgia. Las luces siempre estaban encendidas mientras los hermanos hablaban de hijos, de carreras, de recuerdos, de encuentros y desencuentros, de separaciones y matrimonios.

Mario y Luz sellaron su perdón con un abrazo emotivo y prolongado. Cuando Carmen falleció, todos se encontraban reunidos en el comedor, menos Maité, a quien nadie pudo encontrar para darle la noticia.