Se nos asoman el sol
y el azul de los cielos
desprovistos de palabras
—limpios y despejados de estridencias
y de los destellos tristes del naufragio—.
Los restos de la catástrofe
ya reposan en la orilla remota del silencio
y yacen para siempre
en una playa dormida,
donde los desintegra poco a poco
el sol canicular
de alguna indiferencia.
¿A quién le importan las palabras fracturadas
que ni navegan ni soportan vendavales
ni guarecen los sueños de la fuerza de las olas?
¿A quién le interesan las astillas de lo que fuera
la hermosa embarcación que zarpara
hacia el puerto abierto de los días buenos?
¿Contra qué peñasco azotamos
inconscientes el velero ágil de la palabra amable
y lo destrozamos para siempre?
Qué torpes capitanes fuimos.
Fracasamos en todo y en todo nos faltaron
sabiduría, bondad, franqueza y tino.
Nos faltó la hombría que nace
de tener un aire alto, celeste y claro
impreso en las pupilas.
Encallamos de proa a popa.
Le fallamos al viento y al amor.
Impericias y tormentas no dejaron
ni una palabra de dónde
asirnos para sobreaguar
en el mar revuelto de las vanidades.
…….
Mas hay peores cosas
que encontrarse limpio y humilde
contemplando desnudo
en la playa del abandono
la preñez del atardecer.