¿Seguro es seguro?

La rectora del colegio internacional anunciaba con gran orgullo a los padres sudamericanos que el plantel se encontraba en un admirable proceso de mejorar la seguridad de los niños. “Vamos a traer para el arenero unos juguetes de plástico que cuando se rompen no quedan con ninguna punta peligrosa. Es que los de acá son horribles, ¿han visto ustedes? Cuando la pala o el balde se rompen quedan trozos puntiagudos”. No hubo, puede decirse, una gran conexión emocional con la causa por parte de unos padres que bajaron en patines por pendientes pronunciadas, montaron en caballos desbocados, tuvieron sus encuentros cercanos con alambres de púas y aprendieron a montar en bicicleta sin casco.

  El manual del organismo que regula las prácticas de sanidad en su país recomienda a los consumidores de quesillo envuelto en hoja de plátano tener cuidado con los agentes patógenos o los pesticidas. Y, cada vez más, oh paradoja, se promueve (o se impone por ley) el plástico como elemento idóneo en su higiene para envolver todo, desde la panela hasta los bocadillos.

  En un apacible y acogedor bar galés había unos sencillos juegos infantiles que hacían posible que los padres tomaran su almuerzo al aire libre mientras los niños jugaban en el rodadero o se escondían en el castillo de inflar. Oh sorpresa, hoy los juegos no existen. Al indagar en la razón se supo que los juegos no cumplían los estándares de seguridad europeos, que ahora el País de Gales debía cumplir.

  Todo esto lo trae a colación Maritornes porque en los últimos días ha tenido oportunidad de observar a varias parejas de padres ansiosas en extremo por la seguridad de sus hijos pequeños hasta el punto de impedirles casi cualquier exploración. Ella no quiere ni ridiculizar ni minimizar el valor de que los padres cuiden bien a sus hijos ni la importancia de la seguridad, pero sí debe confesar que siente una gran desazón de pensar que el celo por la seguridad, y el caudal de reglamentación de todo lo habido y por haber, crezca de tal manera que empiece a tratar de protegernos hasta de nosotros mismos, prive a los niños del significado mismo de la niñez y de su pasión por el descubrimiento y la exploración y a los adultos les impida la posibilidad de estar fácilmente en contacto con la vida de una manera libre y espontánea.

  Como en tantos aspectos vitales la solución no está escrita en blanco y negro y no se ubica en ninguno de los extremos pero el debate sí que vale la pena. Lo cierto del caso es que el exceso de reglamentación y un grado de cuidado ansioso y agobiante no hacen bien a nadie. Ahoga negocios, atrofia los sueños y el aprendizaje y nos empuja cada vez más hacia el sofá y el televisor y hacia los alimentos empacados, nos vuelve recelosos de cualquier riesgo y, básicamente, termina generando en diversos ámbitos de la vida una sensación de asfixia y frustración que en nada contribuye ni al bienestar social y psicológico, ni a la iniciativa y la prosperidad.

2 comentarios en “¿Seguro es seguro?”

  1. Así es. Esos excesos acaban sobreprotegiendo sin necesidad, debilitando sin limites, hasta la salud, se crece sin defensas, tanto físicas como psíquicas. Estamos muy vulnerables, tan…. que ni siquiera sabemos pensar.
    Gracias Maritornes.

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