Cómo ahorcar al Rey Midas

“Salió una nueva norma”. Esa es la frase que aterroriza a los empresarios en Colombia; a los principiantes porque el anuncio les indica que ahora tendrán que trepar aún otro peldaño para poder operar en la legalidad; y a los establecidos porque entienden que a la maraña de disposiciones gubernamentales emitidas por diversos estamentos descoordinados se le acaba de agregar otra que los recarga, los desconcierta y los distrae de su verdadera misión empresarial.

  La frase vaticina la aparición de otro elemento de tortura administrativa no solo para los empresarios, sino también para los proveedores de servicios. Pongamos por ejemplo a la odontopediatra que, asfixiada por una nueva norma, tras una nueva norma, tras otra nueva norma, es decir, por el enloquecedor mutatis mutandis de los requisitos, (que en este caso no quiere decir “cambiar lo que haya que cambiar”, sino “cambiar todo lo que se pueda cambiar”) concluyó que como por cumplir tantas normas no tenía ya tiempo de atender a los pacientes, lo mejor era cerrar su práctica. Se aburrió, por ejemplo, de hacer todas las semanas un comité de personal con su auxiliar, con quien lleva trabajando 25 años, y de redactar el acta correspondiente que le exige la ley. Se desmotivó, por ejemplo, porque apenas remodeló su consultorio esmerándose por cumplir la norma al pie de la letra, salió una nueva que requiere que el grifo del lavamanos sea accionado a pedal, lo cual le implica volver a romper la obra que acaba de terminar. ¿Quién que ame su oficio quiere verlo invadido hasta la extinción y la asfixia por labores burocráticas y administrativas que nada tienen que ver con él?

  O pongamos por ejemplo a la señora que, hábil para la repostería, quiso vender sus pasteles. Lejos estaba de imaginarse que cuidar la cadena de frío cuando entrega lo que ha producido incluía llenar con cierta periodicidad ¡en el mismo día! una bitácora de la temperatura a la que viajan en la furgoneta sus pasteles. Ello redunda, desde luego, en que la señora, si es perseverante, insistirá en vender sus pasteles a los clientes que no le exigen el registro del Invima o de Sanidad o que, si es menos insistente, desistirá de su negocio, para beneficio de nadie y detrimento de todos. Así como ocurrió en el caso de la odontopediatra, habrá nuevos desempleados y menos negocios tributando. No puede uno dejar de preguntarse, además, dónde estará el registro del Invima o de Sanidad del señor que fríe chorizos y asa arepas en cualquiera de nuestras calles. ¿Será de vital importancia que la señora que vende los domingos jugo de naranja a los deportistas haga comité de personal y certifique su cadena de frío?

  De manera muy similar, la dueña de un jardín infantil refiere su frustración porque la cantidad de normas, entre ellas, por ejemplo, que todos los minibuses para transportar a los niños tengan rampa de acceso para silla de ruedas, o que frente a cada uno de los lavamanos en el jardín haya un “instructivo” completo que describa la forma adecuada de lavarse las manos, la ahogan y no le dejan tiempo para pensar en lo que es su verdadera vocación, es decir, velar por el bienestar y el desarrollo de los niños. Las NIIF, la Jornada Familiar Semestral, la sala de lactancia con protocolo de bioseguridad, la factura electrónica (que no se hace directamente con la DIAN sino que exige la intermediación de un tercero), la lista es, y cualquier empresario puede dar fe de ello, poco menos que infinita. La última vez que Maritornes estuvo donde el ginecólogo le preguntó por qué había quitado la cortina-biombo, de plástico, que separaba del consultorio el área para cambiarse. El médico, claro está, había tenido una visita de los encargados de hacer cumplir las normas y estos le informaron que esa cortina plástica acumulaba polvo y por lo tanto atentaba contra la salud de las pacientes. Se vio obligado, por la misma razón, a retirar una porcelana que representaba una mujer embarazada. Viéndolo bien, algo extremadamente riesgoso para sus pacientes.

  Fuimos una nación de empresarios y fundadores entusiastas —de empresas, de universidades, de entidades de servicios públicos, de todo lo que va ayudando a construir una vida próspera y organizada—, pero parece ser que ahora todos los funcionarios que alimentan una burocracia obesa y obtusa (y que, claro está, se alimentan a su vez de ella) justifican su existencia por medio de expedir normas y de agregarle a “la normatividad vigente” toda suerte de pormenores y novedades carentes de sentido común. Sin peligro de exagerar podría calificarse como una tragedia que en Colombia el deseo de innovar, de crear y de fundar —tan propio de la mejor versión del ser humano—, se estrelle una y otra vez contra una espinosa e inestable malla de normas cada día más infranqueable. El desarrollo no se logra a base de expedir normas exageradas e inconexas. Empresarios y proveedores de servicios están desistiendo a velocidades alarmantes. El desconsuelo es generalizado. Poca riqueza crea el Estado por sí solo. Los reyes midas de la economía de un país son esos empresarios y proveedores. Mal futuro nos espera si no nos dedicamos con denuedo a aflojarle la soga al Rey Midas, en vez de dejar que unos cuantos continúen empeñados en terminar de ahorcarlo.

P.D. Quien quiera armarse de valor, o tenga la suficiente curiosidad —o el tiempo— puede darse una paseadita por los cuarenta pantallazos, aproximadamente, de la norma sanitaria de la Alcaldía de Bogotá para la producción de alimentos, donde verá, por ejemplo, que las esquinas y los bordes deben ser redondeados. ¡Feliz lectura! http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=54030

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