Asuntos extrañamente conmovedores

Hay cosas que no muchos estimarían conmovedoras y, sin embargo, en ciertas circunstancias pueden conmovernos de forma inesperada aspectos de la vida que de repente se nos revelan bajo una nueva luz y muestran su entramado de lucha, sus perfiles humanos y su lado noble. Y pareciera que en estos tiempos pandémicos —extraños, desdoblados y de muchas maneras reveladores—, la vida se ha prestado para que miremos de modo diferente.

Sucedió, por ejemplo, que un día Maritornes recibió una de las tantas cajas de los pedidos que se vio obligada a hacer ante la imposibilidad de salir, o que ya elige hacer para no tener que salir. A su puerta llegó una preciosa caja de cartón que contenía un saco de algodón perchado que había encargado para un regalo. El saco, empacado con esmero, emitía un delicado aroma y traía una amable nota personal que agradecía la compra.

A lo largo del confinamiento pudo enviar y recibir muestras de cariño por medio de unas canastas y cajas surtidas y adornadas con absoluto esmero y primor que, según el gusto de cada uno, podían variar entre un listado verdaderamente extenso de productos de sal y de dulce, personalizadas con flores o frutas adicionales y acompañadas de una botella de vino o de cajas de té. El asunto es que todo lo que durante la cuarentena nos conectó con el lado alegre de la vida, nos permitió sentirnos todavía vinculados aunque no pudiéramos vernos, y además nos sirvió y nos dio gusto ha quedado grabado en la memoria con un sabor especial de nostalgia por un lado, de gratitud por otro. Sus contornos emocionales son diferentes a los de otros recuerdos.

Otro día recibió, también para un regalo, unas camisetas de algodón, igualmente empacadas de manera impecable y cuidadosa, que venían dentro de una bolsa de apariencia plástica pero hecha de maíz, y compostable. Durante la pandemia Maritornes se aficionó a unas bebidas no alcohólicas, sin azúcar y con probióticos, y recibe con regularidad su cajita de seis botellas. La comunicación con la persona que está a cargo es personal y cálida y el producto es una maravillosa alternativa al alcohol, algo nuevo que ella nunca había probado. Pide también, ocasionalmente, unas comidas preparadas cuyo foco está en proporcionar una alternativa hecha a la medida de los requerimientos nutricionales específicos del cliente. El dueño es un muchacho joven que en poco tiempo ha logrado posicionar en el mercado una forma de abastecer de alimentos preparados que no es igual a nada de lo que antes estaba disponible.

Así existen infinidad de negocios que tal vez se han vuelto más visibles por la necesidad que nos creó la crisis de salud de navegar en las redes para encontrar lo que buscamos. Lo mencionado es apenas una pequeñísima muestra de las iniciativas que están surgiendo, y que no son otra cosa que un ínfimo muestrario de cómo se gestan en innumerables ocasiones las empresas.

Volvamos, empero, a lo que conmovió a Maritornes. Después de la debacle de la rabia, que dio al traste con tantas iniciativas que ya tambaleaban por la pandemia, estos esfuerzos empresariales brillaban como luces fugaces en un océano de desconsuelo. Y Maritornes se puso a pensar en cuánta belleza hay en el emprendimiento. Algunos asocian las empresas con un ánimo expoliador y explotador, con unos individuos o corporaciones grotescamente ávidos de engordarse los bolsillos para poder consumir extravagancias y darse lujos decadentes. Habrá de esas, sí, pues de todo se ve en la viña del Señor.

Lo que ella estaba viendo al recibir estos productos, por otro lado, era la pulsión del ser humano por identificar una necesidad, por ejercer el afán creativo de mejorar su suerte y las opciones de los demás, por hacer las cosas de mejor forma, por entregar algo bueno y de paso ganarse la vida. Vio detrás de estos productos las caras de todo tipo de personas ilusionadas con la posibilidad de imaginar, inventar, proponer, y trabajar con responsabilidad e ingenio para poner en el mercado algo que antes no existía. Cada uno de estos emprendimientos deja traslucir un verdadero esfuerzo por innovar sin dañar ni a otros ni al planeta.

Lo cierto del caso es que muchas de las cosas que nos hacen la vida mejor, las empresas que nos proporcionan bienes y servicios, fueron una vez en sus inicios eso: personas con afán de crear y de traspasar la frontera de lo posible, fueron una extensión natural y orgánica de esa capacidad, necesidad, diríase, que tiene el ser humano por no contentarse con la fruta que cae del árbol y en lugar de ello sembrar el árbol.

Y por eso a Maritornes la conmovieron y le siguen conmoviendo esas iniciativas y los productos tangibles que terminan creando. Ve en ellos rostros humanos, ve en ellos el reflejo de una lucha noble por hacer un camino nuevo que sirva no solo a los empresarios y a su descendencia, sino al consumidor que tiene incluso más opciones de comprar responsablemente productos de comercio justo y que se ajusten a la obligación moral, ahora sentida en mayor profundidad y con mayor convicción, de restaurar la naturaleza y de crear conciencia, y brindar un valor agregado, casi que afectivo, a la par que se efectúa la venta.

En muchos emprendimientos ha encontrado Maritornes buen servicio, buenos productos, seriedad y cumplimiento, pero hoy quiere destacar con nombre propio los cinco a los que se ha referido. No lo han pedido, no hay transacción comercial ni acuerdo ninguno de por medio; y ¿por qué habría de tener reatos de conciencia en elogiar lo que merece elogio, y en invitar a que otros lo hagan? Durante la pandemia ya ha sido bastante heroico para muchos aferrarse a sus sueños, y lo que contribuya a soñar con un país libre en donde lo mejor de la inventiva humana pueda prosperar nos ayudará a todos a despertar de este letargo con renovadas ansias de soñar, y de hacer.

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Cómo ahorcar al Rey Midas

“Salió una nueva norma”. Esa es la frase que aterroriza a los empresarios en Colombia; a los principiantes porque el anuncio les indica que ahora tendrán que trepar aún otro peldaño para poder operar en la legalidad; y a los establecidos porque entienden que a la maraña de disposiciones gubernamentales emitidas por diversos estamentos descoordinados se le acaba de agregar otra que los recarga, los desconcierta y los distrae de su verdadera misión empresarial.

  La frase vaticina la aparición de otro elemento de tortura administrativa no solo para los empresarios, sino también para los proveedores de servicios. Pongamos por ejemplo a la odontopediatra que, asfixiada por una nueva norma, tras una nueva norma, tras otra nueva norma, es decir, por el enloquecedor mutatis mutandis de los requisitos, (que en este caso no quiere decir “cambiar lo que haya que cambiar”, sino “cambiar todo lo que se pueda cambiar”) concluyó que como por cumplir tantas normas no tenía ya tiempo de atender a los pacientes, lo mejor era cerrar su práctica. Se aburrió, por ejemplo, de hacer todas las semanas un comité de personal con su auxiliar, con quien lleva trabajando 25 años, y de redactar el acta correspondiente que le exige la ley. Se desmotivó, por ejemplo, porque apenas remodeló su consultorio esmerándose por cumplir la norma al pie de la letra, salió una nueva que requiere que el grifo del lavamanos sea accionado a pedal, lo cual le implica volver a romper la obra que acaba de terminar. ¿Quién que ame su oficio quiere verlo invadido hasta la extinción y la asfixia por labores burocráticas y administrativas que nada tienen que ver con él?

  O pongamos por ejemplo a la señora que, hábil para la repostería, quiso vender sus pasteles. Lejos estaba de imaginarse que cuidar la cadena de frío cuando entrega lo que ha producido incluía llenar con cierta periodicidad ¡en el mismo día! una bitácora de la temperatura a la que viajan en la furgoneta sus pasteles. Ello redunda, desde luego, en que la señora, si es perseverante, insistirá en vender sus pasteles a los clientes que no le exigen el registro del Invima o de Sanidad o que, si es menos insistente, desistirá de su negocio, para beneficio de nadie y detrimento de todos. Así como ocurrió en el caso de la odontopediatra, habrá nuevos desempleados y menos negocios tributando. No puede uno dejar de preguntarse, además, dónde estará el registro del Invima o de Sanidad del señor que fríe chorizos y asa arepas en cualquiera de nuestras calles. ¿Será de vital importancia que la señora que vende los domingos jugo de naranja a los deportistas haga comité de personal y certifique su cadena de frío?

  De manera muy similar, la dueña de un jardín infantil refiere su frustración porque la cantidad de normas, entre ellas, por ejemplo, que todos los minibuses para transportar a los niños tengan rampa de acceso para silla de ruedas, o que frente a cada uno de los lavamanos en el jardín haya un “instructivo” completo que describa la forma adecuada de lavarse las manos, la ahogan y no le dejan tiempo para pensar en lo que es su verdadera vocación, es decir, velar por el bienestar y el desarrollo de los niños. Las NIIF, la Jornada Familiar Semestral, la sala de lactancia con protocolo de bioseguridad, la factura electrónica (que no se hace directamente con la DIAN sino que exige la intermediación de un tercero), la lista es, y cualquier empresario puede dar fe de ello, poco menos que infinita. La última vez que Maritornes estuvo donde el ginecólogo le preguntó por qué había quitado la cortina-biombo, de plástico, que separaba del consultorio el área para cambiarse. El médico, claro está, había tenido una visita de los encargados de hacer cumplir las normas y estos le informaron que esa cortina plástica acumulaba polvo y por lo tanto atentaba contra la salud de las pacientes. Se vio obligado, por la misma razón, a retirar una porcelana que representaba una mujer embarazada. Viéndolo bien, algo extremadamente riesgoso para sus pacientes.

  Fuimos una nación de empresarios y fundadores entusiastas —de empresas, de universidades, de entidades de servicios públicos, de todo lo que va ayudando a construir una vida próspera y organizada—, pero parece ser que ahora todos los funcionarios que alimentan una burocracia obesa y obtusa (y que, claro está, se alimentan a su vez de ella) justifican su existencia por medio de expedir normas y de agregarle a “la normatividad vigente” toda suerte de pormenores y novedades carentes de sentido común. Sin peligro de exagerar podría calificarse como una tragedia que en Colombia el deseo de innovar, de crear y de fundar —tan propio de la mejor versión del ser humano—, se estrelle una y otra vez contra una espinosa e inestable malla de normas cada día más infranqueable. El desarrollo no se logra a base de expedir normas exageradas e inconexas. Empresarios y proveedores de servicios están desistiendo a velocidades alarmantes. El desconsuelo es generalizado. Poca riqueza crea el Estado por sí solo. Los reyes midas de la economía de un país son esos empresarios y proveedores. Mal futuro nos espera si no nos dedicamos con denuedo a aflojarle la soga al Rey Midas, en vez de dejar que unos cuantos continúen empeñados en terminar de ahorcarlo.

P.D. Quien quiera armarse de valor, o tenga la suficiente curiosidad —o el tiempo— puede darse una paseadita por los cuarenta pantallazos, aproximadamente, de la norma sanitaria de la Alcaldía de Bogotá para la producción de alimentos, donde verá, por ejemplo, que las esquinas y los bordes deben ser redondeados. ¡Feliz lectura! http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=54030