Carta a un artista

Rebrujando papeles Maritornes se encontró con una carta abierta escrita hace muchos años por su amigo CA, quien se la entregó a Maritornes una tarde cualquiera en la que hablaban sobre el arte y sobre los artistas. Aunque CA la escribió pensando principalmente en su esposa, Maritornes considera hoy oportuno divulgarla entre sus lectores. Dice así:

A todos los artistas descorazonados.       

  Recuerdo con claridad la mañana de domingo en que S me contó esta historia de su infancia. Cursaba segundo o tercero de primaria en un colegio religioso de su ciudad. La profesora había puesto de tarea a las niñas escribir, para el día siguiente, un cuento. La niña, en esa etapa vivaz, entusiasta y transparente en que los niños aún no han aprendido a relacionarse con la vida tras la mampara del recelo, o del cálculo, se fue contenta a casa a escribir. Era algo que le encantaba hacer, contar cuentos. Al día siguiente, llena de orgullo, lo entregó a la profesora, quien se tomó los pocos minutos que tardaba leerlo. Levantó la mirada y la fijó unos instantes en la niña antes de pronunciar las siguientes palabras: “S, siéntese, y tiene cero por mentirosa, porque este cuento tan bien redactado no lo pudo haber escrito usted”.

  Traigo a colación esta historia porque viene muy a propósito de lo que es a menudo la vivencia de los artistas (aunque no exclusivamente la de ellos). Consideremos, para empezar, a los niños que sienten despertar en su interior —en ese lugar sagrado en que los niños todavía piensan solo en posibilidades y no en obstáculos— una vocación artística para la escritura, la danza, la pintura, la actuación, el canto, o un sinnúmero de otras expresiones artísticas. Aún plasman sus brochazos y cantan sus canciones con prístino entusiasmo. Lo más frecuente es que, si quisieran persistir en esa vocación, hacer de ella un modo de ganarse la vida, tendrán que golpear y golpearse contra muros y techos invisibles que les hacen casi imposible avanzar.

  Es la naturaleza de la vida, y no solo la de los artistas, buscar incesantemente el camino cuando uno parece haberse cerrado sin remedio. Sin embargo hoy quiero escribir esta carta de amor a los artistas, a aquél que, solitario, se pregunta después del rechazo número cien si su vocación es un sinsentido. Quiero decirles cuántas veces, sin que se los haya podido expresar, sus palabras, sus cuadros, su voz, sus manifestaciones artísticas me han cambiado la textura del corazón, cuántas veces el arte me ha posibilitado mirar un horizonte cuya existencia desconocía, me ha permitido entrever el cielo, o al menos la forma en que me estoy privando de él, o me ha sensibilizado a realidades que no me había detenido a mirar, cuántas veces me han puesto la piel de gallina porque su arte me ha hecho comprender algo que no es posible poner en palabras. Decenas de veces un poema, una canción, una coreografía, han descrito algo que apenas estaba tomando forma en mí, es decir, me han llevado sobre sus alas hasta la otra orilla de un pensamiento o un sentir inconcluso.

  Gracias, pues, por participar en algo tan noble como el perenne acto creativo del universo, y por hacerlo en la soledad de noches de incomprensión, en medio, a menudo de privaciones, a costa de apartar a dentelladas el tiempo para crear a la vez que estás obligado a ganarte la vida en otro oficio que no te llena el alma. Gracias por mostrarme cómo es posible que el alma se conmueva mientras que un acto artístico la sacude de sus cimientos y la deja, para bien, asomándose a la vida por una ventana antes oculta.

  La pequeña S creció y se convirtió en una mujer de una sensibilidad polifacética y refinada que, sin embargo, nunca ejerció en ningún arte. Y, desde luego, nunca volvió a escribir. Su inteligencia, su pasión y su talento se marchitaron frente al que para ella fue el infranqueable cristal de la incomprensión. Si esta carta sirve para animar aunque sea a un artista a punto de darse por vencido, en el sentido de considerar que su arte “no sirve”, habrá cumplido su propósito. Los artistas son al alma lo que la primavera a las estaciones (y no necesariamente porque siempre nos traigan un mensaje alegre), sino porque lo que brota de sus espíritus creativos le da sentido a todo lo demás.

  Una vez más, gracias.