Existen, piensa Maritornes, unas especies de fenómenos sociales obscenos que nos demoramos mucho en detectar y que por consecuencia hacen un daño prolongado que podríamos haber detenido antes. Suele ocurrir que cuando se detectan nos llevemos la mano a la cabeza y nos preguntemos con apesadumbrado asombro cómo fue posible que no nos diéramos cuenta para indignarnos a tiempo. A veces esto ocurre porque las más de las veces la prensa, de donde nos abastecemos de información, falla en poner el foco en asuntos de la mayor importancia o no les da la divulgación que se merecen.
Para no dar muchos rodeos, el asunto que ocupa hoy a Maritornes es lo que se conoce como obsolescencia programada. Esta obscenidad consiste en que las empresas fabriquen deliberadamente los productos para que tengan fecha de caducidad, lo que obligará al usuario, aunque no quiera, a reemplazarlo. Conocemos el viejo dicho, “lo barato sale caro”. El problema es que sin que nos diéramos cuenta ni siquiera estábamos teniendo cómo escoger entre lo barato y efímero y lo fino y perdurable. En muchas casos pagamos caro por lo efímero, porque esa caducidad conviene, claro está, a la rentabilidad de las empresas, que entonces pondrán en el mercado el producto que sustituye aquel que caducó no porque el usuario quisiera invertir en un nuevo modelo, sino porque la obsolescencia programada le hizo imposible reparar o repotenciar lo que había comprado.
Lo que apena es el tiempo que toma informarnos para poder actuar, como consumidores, según nuestra propia conciencia. Maritornes pertenece a una cultura familiar que le enseñó a reutilizar, a no reemplazar lo que todavía sirve, a prolongar el máximo posible la vida útil de las cosas. Era la cultura de los padres y los abuelos y de ahí hacia atrás, y es también la cultura ambiental de la sensatez. Tener poco, tener cosas que duren, no estar tirando a la basura lo que todavía funciona para no contaminar y no gastar más recursos.
Por fortuna, casi siempre surge el rebelde visionario que nos abre los ojos y propone una solución, el pionero que a veces paga injustamente caro por la lógica y conveniencia de sus ideas. Benito Muros, español, administrador de empresas y piloto, ha tenido que enfrentar hasta amenazas de muerte por su insistencia en fabricar productos que no tengan programada su caducidad, y que, por el contrario, estén hechos para durar sesenta, setenta años. Su Fundación Feniss define un nuevo modelo industrial, económico y social que propende por la fabricación y el uso de productos perdurables, que además no traigan incorporada la opción de que las empresas fabricantes los controlen remotamente por medio de programas incrustados.
Pronto, si todo marcha bien, los consumidores podremos ver en los productos el sello ISSOP (Innovación Sostenible Sin Obsolescencia Programada), que nos permitirá saber que se trata de un producto fabricado por empresas que están comprometidas con la sensatez de que los productos duren el máximo posible, no el mínimo conveniente a la codicia. En los tiempos de la información, como en toda la historia de la humanidad, la información es poder, y el poder de los consumidores informados es grande. Tal vez todavía haya muchas personas que prefieran comprar la aspiradora que dura un año, o el teléfono celular que dura dos, quizás eso sea lo que tengan al alcance de su bolsillo. Lo importante es que la obscenidad haya salido a la luz, para poder tener, los que queramos, la información que necesitamos para no hacer parte de ella.