Conozco el frío

El amanecer despuntaba con un frío nítido. Las aves cantaban arropadas todavía por la tenue luz amarillenta. Mariana se esforzaba en levantarse.

  La contundencia de la muerte era plomo en sus huesos y en su voluntad. Apagó la luz, dio media vuelta y se arropó bien, fijándose que la cobija le tapara el cuello por todos los lados.

  “¿Dónde estarán nuestros muertos?”, se preguntó por enésima vez, cerrando la pregunta con un hondo suspiro. Procuró no pensar en los arrumes de ropa en el piso, ni en las tazas sucias con los restos de café ya encostrados en su interior.

  Ahí se quedó dormida, otra vez con la esperanza siempre fallida de no volver a despertar.