La pizzería era acogedora y el momento perfecto. Desprevenido y alegre, Javier conversaba con la mujer de sus sueños.
—A C la dejé porque se ponía tanga seda dental. Me aburrí de M porque me esperaba en el aeropuerto con botas de tacones y el pelo lacado. De E me decepcioné porque tenía un tatuaje. A H la dejé cuando me di cuenta de que se había hecho cirugía plástica en la nariz y en el mentón.
Carolina, cuyo rostro se había ido transformando imperceptiblemente, se levantó con suavidad y le clavó la mirada en los ojos.
—Y a ti te dejo por pendejo. Y tras pronunciar esa aliteración accidental pero contundente, abandonó el restaurante.