El esfuerzo

Juan Manuel regresa a casa abatido. Hoy tampoco pudo dictar la clase. Sus labios parecían pegados con goma, las manos le temblaban y un sudor frío le empapaba las axilas.

  Sus alumnos lo miraban estupefactos y se reacomodaban nerviosamente en los asientos mientras él palidecía, aferrado al borde del tablero.

  Una vez más se había levantado decidido a luchar contra el pánico. Cuando salía para la universidad, Estela, a quien hacía cuatro meses habían dado de alta por tercera vez de la clínica de reposo, le había dicho: “No me aguanto más tu depresión”, mientras Julián y Carolina, todavía en piyama, miraban desde la puerta de la alcoba.