Nada que acumule polvo
será ya de mi incumbencia,
ni tampoco las manchas escondidas,
e imposibles de alcanzar.
No tendrá la casa espacio
para telerañas, ni para eternas
causas de nostalgia
adheridas al anverso de las cosas.
Debajo de los objetos
no habrá más retratos olvidados
ni motivos para arriesgarse a ser
como la mujer de Lot, un montón de sal.
Solo quedan las ventanas
por donde la luz entra a dispersar
el necesario e inevitable pesar
que ahora se disuelve en sol.
El ejercicio inexorable de nacer
todos los días de los escombros
ha sembrado una flor en el dintel,
y hoy florece, testaruda, al amanecer.