Lo que cabe en un papel

Clarita dobló con cuidado el papel toalla, perfumado por su loción. De todos los regalos recibidos en secreto, esos pedazos de papel significaban más que las bufandas, o las cajitas, o los aretes.

  En ese papel él había envuelto los discos con la música favorita que le enviara a la impersonal dirección de un casillero de correo abierto a escondidas. Lo acercó a su cara para olerlo una vez más antes de guardarlo.

  El papel terminó absorbiendo el río de lágrimas que se desató incontenible. Cuando por fin pudo dejar de llorar, lo extendió para que se secara y lo guardó de nuevo, bajo llave, en el mismo cajón donde guardaba desde hacía treinta años las tres cartas de despedida.