GRACIAS

El 2 de julio, lunes, se cumplió un año desde que Maritornes decidió que no era del todo mala idea ejercitar la voz, desde el fogón. Encontró un balcón, se instaló allí, abrió las puertas de par en par, afinó la mirada y observó, maravillada, que sus ojos se iban adaptando por igual a la luz y a la oscuridad y que la profundidad de campo de su visión iba aumentando permitiéndole divisar detalles más lejanos en el horizonte, a la vez que asuntos más cercanos también ganaban nitidez.

  Así pues, con los ojos bien abiertos fue viendo una estrella allí, un pico nevado más acá, el río que discurre en el fondo del valle, la nube que se iba haciendo jirones y fue distinguiendo otras maneras —no siempre evidentes—, que tiene la vida de agitar el corazón. No lo ha hecho sola. A su lado en el balcón ha habido grandes compañeros: los que leen, los que asienten, los que preguntan, los que se conmueven, los que intervienen de cualquier modo, los que invitan a otros y los que simplemente y en silencio leen con interés, de principio a fin. A ellos quiere darles infinitas gracias por abrir también los ojos, por ayudarle a ver cosas que ella no está viendo, por ser partícipes magnánimos de una actitud de asombro y descubrimiento.

  Al fin de cuentas, lo que Maritornes quiere proponer es una manera de indagar, de encontrarse con el lado abierto de las dudas y las preguntas, y no de sumarse a ninguna corriente proselitista. Maritornes mira la realidad, desde el fogón, con ánimo inquisitivo, a sabiendas de que hoy demasiadas voces se proclaman de antemano y para siempre vencedoras en cualquier batalla argumental.

  En todas las horas del día su balcón y su fogón han demostrado ser lugares aptos para permitir que la realidad sea enriquecida por el juego de luces. Hoy reivindica la importancia de pasar por una larga contemplación antes de pronunciarse sobre cualquiera de los asuntos que la inquietan, ratifica la necesidad de mirar los pliegues y repliegues del acontecer con cierto espíritu de lontananza.

  La vida ha puesto en su camino personas invaluables dispuestas a acompañarla en el balcón, en el fogón, en la tertulia amable en la que el chisporroteo produce palabras edificantes e ideas llevaderas, de esas que invitan a aproximarse a la vida por su lado más claro y a alejarse de la desesperanza. Sin esas personas la actividad de observar sería un ejercicio árido y solitario. Gracias, pues, es lo que ella quiere decirles hoy a todos los que han tenido la deferencia de acercarse a su fogón, de sentarse alrededor de la lumbre y de invitar a otros al sublime acontecimiento de convertirnos en compañeros de asombro ante todos los caminos que quedan por andar y todo el horizonte que nos queda por ver.