Infancia

Infancia, territorio iluminado
por la misericordia del recuerdo.
Niñez clara y fulgurante
bajo el mágico prisma de los años.

Ahora que navego
en mar abierto
hacia el confín de mis días
me guío por el faro
cada vez más nítido
de la inocencia perdida.

Entre las brumas del tiempo
me sonríe ligera, liviana
y bondadosa la calidez
imaginada del pasado.

Tuve y no tuve
la dicha de ser niña.
Si la tuve, la inventé.
Quiera Dios que pueda
con igual poesía
inventarme la luz
de las tardes por venir.

 

Tres silencios

 

Pasan algunas tormentas y nos dejan cansados de su estruendo y anhelando tanto el silencio como el regreso de las aguas a su cauce. Desbordada por doquier queda la basura que dejó la ventisca. Sin embargo, cuando contempla el reguero, lo que Maritornes ve, paradójicamente, es lo que brilla por su ausencia.

  Cómo mejorar la economía y el empleo formal, cómo establecer una tributación justa sin torpedear la economía, cómo hacer la educación accesible a un mayor número de personas, cómo luchar de manera efectiva contra la corrupción, todos fueron temas que tronaron en los medios, y todos son, ciertamente, importantes. Sin embargo, no dejan de ser tristes los silencios elocuentes sobre temas que tocan el corazón más directamente, o que deberían tocarlo, tanto el de los aspirantes a líderes como el de los ciudadanos del común.

  ¿Por qué, por ejemplo, el hambre de los niños y la violencia más abyecta perpetrada sobre ellos en números que no podemos ni asimilar no forma parte de los temas de mayor resonancia, más apremiantes, más inaplazables? ¿Cómo pasar de agache frente a la vergüenza que debería producirnos que en Colombia —el segundo país más biodiverso, situado en esta fértil y frondosa esquina del mundo—  tantos niños se acuesten con hambre y tantas madres tengan que responder —esquivando los ojos de sus hijos—, “nada”, a la pregunta de qué hay para comer? ¿Cómo no referirse a la necesidad de ir hasta los hogares más vulnerables para ofrecer un acompañamiento médico y psicosocial universal, in situ, en casa, con el fin de empezar la urgente labor de prevenir el maltrato y el abuso doméstico e implementar un cuidado en salud realmente preventivo?

  En esta sociedad del siglo XXI empezamos a dar una gran importancia, con diversos grados de fanatismo, al bienestar de los animales. Es importante que lo hagamos. Todo lo que contribuya a un ademán compasivo y justo nos engrandecerá. Empero, no se entiende otro silencio, por ejemplo, con la situación de nuestros presos. Así las cosas, mientras escudriñamos las estanterías de los supermercados para ubicar y poder comprar los huevos puestos por gallinas libres de jaula, poco pareciera importarnos que los presos de este país se hacinen unos encima de otros en las condiciones de detención más infrahumanas. De nuevo, existe un profundo y elocuente silencio por parte de los aspirantes a líderes.

  Brilla por su ausencia también el tema de la criminalidad. Maritornes no es amiga de generalizaciones, pero no está muy lejos de la realidad afirmar que en este país (que desde luego no es el único) se vive en muchos aspectos bajo el espectro del miedo. En las ciudades los centros suelen ser lugares de pavor y todo el que puede anda polarizado y blindado. En las casas, el miedo al robo ha creado toda una escuela arquitectónica de la reja y el encierro. Los líderes visibles de causas incómodas deben vivir esquivando amenazas como mejor puedan.

  Este es apenas un pequeño inventario, la proverbial punta del témpano en materia de asuntos que debemos abordar, como sociedad, con urgencia. En resumen, por más que estemos en la OCDE y en la OTAN, y por más que promovamos la industria, reestructuremos la justicia y todos los etcéteras de un plan de gobierno, por encima de todo somos una sociedad que necesita sanar, y que debe abordar con sentido de urgencia su enfermedad social y mental.

  Es difícil pensar en medio del ruido. Ojalá la tormenta, piensa Maritornes, nos deje un poco más limpios de alma, más deseosos de bajarle los decibeles a la contienda, más conectados con la calma que se requiere para pensar de verdad no en nuestras propias necesidades, sino en aquel paisaje nuevo que vamos a pintar entre todos.