Al margen de sus etapas naturales —los bosques a la salida de Roncesvalles, la aridez de León, la belleza paramuna del Bierzo y el verdor de los bosques de Galicia—, el Camino estuvo dividido por el color de tres almas. Muchas personas aconsejan recorrer el Camino en soledad. Maritornes escogió no escoger sino dejar los días del mes de marcha abiertos a lo que podría llamarse el azar, o que por igual podría llamarse una voluntad superior. Bien dicen que el Camino empieza mucho antes de que empiece (y que no termina cuando termina porque ahí apenas está empezando). Así pues que un año antes de empezar a recorrerlo, Maritornes entregó al fluir de la vida quién la acompañaría. En principio iría sola, pero tenía la premonición de que algunas personas se irían sumando.
Caminó dos días sola hasta Pamplona, cuando apareció de repente en el Camino, contra todo pronóstico y posibilidad, MJ, con su alma alegre, expansiva y campanil. Para su amiga nada fue problema, todo fue motivo de disfrute, y lo único que aparentemente contristó su corazón generoso fue no poder echarse al hombro los ocho kilos que llevaba Maritornes sobre las espaldas o curar, a pesar de todos sus esfuerzos, las ampollas. A la zaga de su energía cuasi-inagotable empujó Maritornes, uno tras otro, sus llagados pies. Durante unas deleitables y extensas horas de camaradería y esfuerzo comieron moras de todos los morichales que crecían a la vera de las trochas, hablaron del pasado, el presente y el futuro, buscaron a Dios en las madrugadas, se rieron cuando querían llorar del cansancio y brindaron con un buen vino por la vida y por una amistad que, sobre las piedras del Camino, absorbió toda su belleza intangible y cambió de ritmo para siempre.
El torbellino de vitalidad de MJ se marchó de Santo Domingo de la Calzada para abrirle paso a otra forma de vitalidad. Su compañero de vida se hizo presente en Nájera con la fuerza indescriptible de su respaldo, y de su empeño y optimismo. Él hizo realidad lo que MJ no logró pese a su insistencia, y se echó sobre los hombros la carga que aún llevaba Maritornes. Se inició entonces una marcha disciplinada —protegida—, también encabezada por la oración y finalizada, sin falta, como premio, con una, o unas cuantas, cervezas. El amanecer se les entró por los ojos, la crisma, las yemas de los dedos y el corazón, y el Camino se les fue subiendo por los pies hasta envolverles el alma de fatigado gozo. Alimentados por ese amanecer, por los trigales, por las flores silvestres y por las nubes cambiantes caminaron en busca del siguiente destino. Que a los dos los conmovieran por igual los accidentes geográficos y emocionales del Camino da cuenta de la sintonía lograda por el trasegar conjunto a lo largo de muchos otros caminos. Se separaron en Villafranca del Bierzo sabiendo que esa separación marcaba una nueva forma de unión.
De Trabadelo hacia O Cebreiro Maritornes se sintió presa de un impulso, de un vuelo, cuya energía seguramente se explicaba en la vitalidad recibida de sus dos compañeros anteriores, de la ilusión de iniciar la última semana, de llegar a Santiago, y de encontrarse, para esta última etapa con M, su amiga de toda la vida. Inició la caminata sola, en la oscuridad previa al amanecer, a paso de inconsciente alegría, libre y ligera, atenta a los cantos de los pájaros y contenta de oír, en los campos ahora verdes de Galicia, el agua de los riachuelos y el repicar de los cencerros. En algún punto del camino surgió el evento inesperado de un nuevo dolor, salido de la nada. En medio de una marcha serena y sobre plano, un tobillo anunció de manera inequívoca su cansancio con una punzada sobre el empeine.
Sin embargo, la energía estaba en buen nivel y el paisaje tenía mundos de belleza por ofrecer. Su amiga, cansada de un viaje internacional y agotada por la expectativa, fue recibida en O Cebreiro por un extraño torbellino de peregrinos conocidos entre sí que parecían haberse agolpado en la pequeña plaza para darle una bienvenida vivaz y vociferante. Y ese fue el preámbulo de esta etapa en que Maritornes estaría acompañada de un alma contenida, ponderada, generosa como la que más pero generosa en pocas palabras y con gestos mesurados y fruto de la observación cuidadosa de los hechos. Así las cosas, esta nueva compañía pausaba metódicamente para estirar, para tomar agua, para deleitarse en algún rincón, y para obligar a Maritornes a quitarse la venda, hacer uso de los antiinflamatorios y descansar el tobillo, ahora hinchado y carente por completo de rango de movimiento. Entre las dos vivieron más a fondo el silencio y caminaron juntas pero permitiéndose un gran espacio para el pensamiento y la reflexión, sin que faltara el humor mordaz que tanto las ha hecho reír en la vida.
Al llegar a Santiago de Compostela, Maritornes no pudo menos que trazar un paralelo entre el Camino y la vida, que nos va regalando, si tenemos abierto el corazón, el contacto con almas que por azares, esfuerzos y dones generales del destino nos acompañan de una y otra forma a lo largo de diversos segmentos de nuestra trayectoria vital cambiando en ella la melodía que la hará memorable. Y como en el Camino, cuán hermoso es constatar que, como los amaneceres, nadie se repite, y cada uno tiene para regalarnos una irrepetible combinación de colores.