Algunas de las personas que se encuentran por las sendas de la vida, y el Camino de Santiago no es la excepción, alegran el recorrido pero van quedando atrás, como los castaños, las matas de mora y los girasoles. Otras, sin embargo, dejan huella y para Maritornes es claro que una de las grandes bondades del Camino es que propicia encuentros de corazones. Los peregrinos y caminantes están unificados en su esfuerzo, en la desnudez de su alma, en el atuendo, que solo con ligeras variaciones consta apenas de unos zapatos horrorosos, una camisa lavable y un pantalón polvoriento.
Sucede pues que Maritornes conoció a X y a B, dos mujeres colombianas, con quienes se fue haciendo una “amistad del Camino” que las llenaba de alegría en cada encuentro fortuito. B mencionó un día que para ayudarse en la marcha cuando estaba cansada recitaba un poema que empezaba “Más allá de la noche que me cubre / negra como el abismo insondable, /doy gracias a los dioses que pudieran existir / por mi alma invicta”. Sorprendida por encontrar, sin haberlo previsto, una amante de la poesía, Maritornes no tardó mucho en atar cabos y darse cuenta de que se trataba de una traducción al español de Invictus, de William Ernest Henly, esa hermosa oda a los actos de valentía tantas veces citada en el cine (“I am the master of my fate / I am the captain of my soul”).
Sabiendo pues que a B le gustaba la poesía, un día tuvo el impulso de enviarle un poema titulado Sonríeme (“Sonríeme como ayer / para que tu sonrisa retoñe / en la estación perpetua / del solsticio vertical”). Maritornes no sabía dónde se encontraba B, pero suponía, por su propia jornada, calurosa, fatigosa e interminable, que a B podría venirle bien un poema con el cual acompasar la marcha.
Pronto recibió un mensaje lleno de sentimiento, en donde las lágrimas se hacían palpables y en el que B le contaba que antes de salir para el peregrinaje, su marido y el de X les habían dicho que lo único que pedían de su épico recorrido era que todos los días les enviaran una foto sonriendo. Maritornes, conmovida, consideró oportuno entonces decirle que ese poema era de su autoría, y que con mayor razón apreciaba que las hubiera conmovido y les hubiera gustado. Prosiguió su jornada de marcha hacia el siguiente pueblo, con las emociones a flor de piel, y con una sonrisa inocultable. (“Sonríeme de costa a costa / que el secreto está en sonreír”). Atenta siempre a esas “casualidades” que no lo son tanto, y que parecen más bien el fruto de los actos de alguien con poder de entrelazar corazones, destinos y momentos, agradeció al Camino y a Dios esa sincronía de gran significado.
Pasada más o menos una semana, Maritornes caminaba por el Monte de Gozo —sitio emblemático del Camino, a unos cinco kilómetros de distancia de Santiago de Compostela, desde donde por primera vez se divisan las torres de la catedral—. Con el corazón alegre por estar cerca de llegar a la meta, buscó su teléfono para tomar alguna foto y encontró un video que le enviaba B. Su cara rebosante de emoción, en primer plano, y con la “sonrisa dispuesta”, se movía al vaivén de la marcha. En el video ella recitaba de memoria Sonríeme (“Lanza otra vez tu semilla / al viento de mi alma dispuesta”), anunciaba que estaban a punto de entrar a Santiago de Compostela, y decía, por fin, “Gracias por regalarme uno de los momentos más especiales del Camino”.
Así son los chispazos que el Camino inspira y propicia por el simple hecho de ofrecerles a personas diversas un silencio, unas horas largas, un cielo, unas pistas por dónde caminar y un sentido posible para hacerlo. El reto —que exige deshacerse de tantas de las cosas que confunden y despistan sobre quiénes somos en realidad—, permite que seres humanos, extraños entre sí, se encuentren en un lugar sensible al que habría sido difícil acceder en las circunstancias habituales de la vida cotidiana. Así pues que el Camino obró este milagro: unos maridos pidieron una sonrisa, esa sonrisa se cruzó con un poema sonriente que se posó sobre unas peregrinas sonrientes, y tanta sonrisa, por fin, hizo sonreír —y llorar de emoción— a una poeta. Es pues buen momento para que Maritornes le diga a B: “Gracias por regalarme uno de los momentos más especiales del Camino”.
——o——
Y como nunca habrá suficiente de poesía, a continuación el poema que recitaba B cuando la marcha se hacía difícil, primero en el original en inglés, y después la traducción al español.
Invictus
Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find, me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.
William Ernest Henley, 1849 – 1903
Invictus
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
(Infortunadamente, en la página en donde Maritornes encontró la traducción, no está el crédito de quien lo tradujo).
Y por último, a riesgo de ser redundante:
Sonríeme
Sonríeme como ayer
para que tu sonrisa retoñe
en la estación perpetua
del solsticio vertical.
Lanza otra vez tu semilla
al viento de mi alma dispuesta
y verás cómo brotan capullos
en la cantera y la gres.
Sonríeme de costa a costa
que el secreto está en sonreír.
Y dame esa sonrisa tuya
que despierta paisajes dormidos
en el filo de la eternidad.
Maritornes