Ciertas amistades

Bendiciones, numerosas, en el camino de ir por la vida desbrozando alegrías e infortunios, aprendizajes disfrazados de calamidades y bondades sencillas que por lo general apreciamos ya pasadas ciertas cumbres de la vida; pero entre todas, piensa Maritornes, la amistad baña los días con una luz de calidez particular. Ha tenido la fortuna de disfrutar de amistades de múltiples coloridos y texturas, hondas, filosóficas, leales, pasajeras, rientes, sonrientes, solemnes, dialogantes, silenciosas, contemplativas, móviles y aventureras, y, en general, ha podido hacerlo gracias a que la mayoría de ellas han estado libres de reclamos, de expectativas y de motivos rebuscados de decepción. Se han adscrito todas, o casi todas, a ese invaluable código de hacer presencia en plena libertad, y de ausentarse también con extrema libertad, con licencia tácita para vivir cada una su propia vida según las posibilidades y exigencias del momento.

  “Líbrame, Señor, de las amistades sentidas”, dice S a menudo. Y como en tantas cosas, Maritornes ha tenido amplia oportunidad de comprobar hasta qué punto sus aforismos prácticos están aferrados a verdades de profunda repercusión. Por eso sus amistades perduran, porque ni sus amigos ni sus amigas, ni ella misma, suelen caer en la recriminación, en el “por qué no estuviste”, “por qué no llamaste”, “por qué no fuiste”, “por qué no escribiste”. Y aunque no sin cierta tristeza, siendo una enamorada de la amistad, vio partir con alivio aquellas que empezaban a inscribirse en esa escuela que más que hacer presencia amistosa llevaban un registro de faltas, una bitácora de las ocasiones en que por olvido o ensimismamiento, o por cualquier razón, la amistad, supuestamente, no estuvo a la altura de lo esperado. Una amistad de esta naturaleza es una piedra al cuello; cuando se torna pedigüeña y llevacuentas empieza a perder todas sus bondades y estas son sustituidas por una zozobra permanente de ser considerado un amigo incompleto.

  Por eso Maritornes agradece todos los días por sus amistades libres, que son, hasta donde puede darse cuenta, todas las que tiene. Sabe que para conservar esas amistades ha sido necesario que le perdonen impertinencias, mutismos, ausencias, presencias descolocadas, euforias mal concebidas, olvidos y tiempos taciturnos. Ha procurado, y seguirá en el mismo empeño, ser recíproca en ese profundo respeto por el momento del otro, disculpando de antemano y automáticamente, a sus amigos por aquellas ocasiones en que habría querido tenerlos más cerca, o sentirlos más solidarios, o percibir su afecto con mayor nitidez, lo que sea, porque aún no ha perdido la convicción de que la amistad así liberada de compromisitos, comparaciones y sistemas de medición, es uno de los más sublimes regalos de la vida.

Viéndolo bien

Su romance con los aeropuertos estaba acabado. Ya no eran para ella ni el fascinante bazar exótico, ni las puertas hacia la aventura.

  En esta ocasión pasó los controles de seguridad y en lugar de anticipar con emoción el vuelo y la posterior llegada a un país nuevo, se sintió gris y miedosa —¿vieja tal vez?—.

  Detrás de ella dos ancianas charlaban y se reían mientras se quitaban los zapatos.

   —¿Y qué tal que nos perdamos en la India? —preguntó una de ellas.

  —Lo bueno es que no importa porque nadie se va a dar cuenta —respondió la otra, y rompieron en una sonora carcajada.

Compañeros. El Camino. Tres

Al margen de sus etapas naturales —los bosques a la salida de Roncesvalles, la aridez de León, la belleza paramuna del Bierzo y el verdor de los bosques de Galicia—, el Camino estuvo dividido por el color de tres almas. Muchas personas aconsejan recorrer el Camino en soledad. Maritornes escogió no escoger sino dejar los días del mes de marcha abiertos a lo que podría llamarse el azar, o que por igual podría llamarse una voluntad superior. Bien dicen que el Camino empieza mucho antes de que empiece (y que no termina cuando termina porque ahí apenas está empezando). Así pues que un año antes de empezar a recorrerlo, Maritornes entregó al fluir de la vida quién la acompañaría. En principio iría sola, pero tenía la premonición de que algunas personas se irían sumando.

  Caminó dos días sola hasta Pamplona, cuando apareció de repente en el Camino, contra todo pronóstico y posibilidad, MJ, con su alma alegre, expansiva y campanil. Para su amiga nada fue problema, todo fue motivo de disfrute, y lo único que aparentemente contristó su corazón generoso fue no poder echarse al hombro los ocho kilos que llevaba Maritornes sobre las espaldas o curar, a pesar de todos sus esfuerzos, las ampollas. A la zaga de su energía cuasi-inagotable empujó Maritornes, uno tras otro, sus llagados pies. Durante unas deleitables y extensas horas de camaradería y esfuerzo comieron moras de todos los morichales que crecían a la vera de las trochas, hablaron del pasado, el presente y el futuro, buscaron a Dios en las madrugadas, se rieron cuando querían llorar del cansancio y brindaron con un buen vino por la vida y por una amistad que, sobre las piedras del Camino, absorbió toda su belleza intangible y cambió de ritmo para siempre.

  El torbellino de vitalidad de MJ se marchó de Santo Domingo de la Calzada para abrirle paso a otra forma de vitalidad. Su compañero de vida se hizo presente en Nájera con la fuerza indescriptible de su respaldo, y de su empeño y optimismo. Él hizo realidad lo que MJ no logró pese a su insistencia, y se echó sobre los hombros la carga que aún llevaba Maritornes. Se inició entonces una marcha disciplinada —protegida—, también encabezada por la oración y finalizada, sin falta, como premio, con una, o unas cuantas, cervezas. El amanecer se les entró por los ojos, la crisma, las yemas de los dedos y el corazón, y el Camino se les fue subiendo por los pies hasta envolverles el alma de fatigado gozo. Alimentados por ese amanecer, por los trigales, por las flores silvestres y por las nubes cambiantes caminaron en busca del siguiente destino. Que a los dos los conmovieran por igual los accidentes geográficos y emocionales del Camino da cuenta de la sintonía lograda por el trasegar conjunto a lo largo de muchos otros caminos. Se separaron en Villafranca del Bierzo sabiendo que esa separación marcaba una nueva forma de unión.

  De Trabadelo hacia O Cebreiro Maritornes se sintió presa de un impulso, de un vuelo, cuya energía seguramente se explicaba en la vitalidad recibida de sus dos compañeros anteriores, de la ilusión de iniciar la última semana, de llegar a Santiago, y de encontrarse, para esta última etapa con M, su amiga de toda la vida. Inició la caminata sola, en la oscuridad previa al amanecer, a paso de inconsciente alegría, libre y ligera, atenta a los cantos de los pájaros y contenta de oír, en los campos ahora verdes de Galicia, el agua de los riachuelos y el repicar de los cencerros. En algún punto del camino surgió el evento inesperado de un nuevo dolor, salido de la nada. En medio de una marcha serena y sobre plano, un tobillo anunció de manera inequívoca su cansancio con una punzada sobre el empeine.

  Sin embargo, la energía estaba en buen nivel y el paisaje tenía mundos de belleza por ofrecer. Su amiga, cansada de un viaje internacional y agotada por la expectativa, fue recibida en O Cebreiro por un extraño torbellino de peregrinos conocidos entre sí que parecían haberse agolpado en la pequeña plaza para darle una bienvenida vivaz y vociferante. Y ese fue el preámbulo de esta etapa en que Maritornes estaría acompañada de un alma contenida, ponderada, generosa como la que más pero generosa en pocas palabras y con gestos mesurados y fruto de la observación cuidadosa de los hechos. Así las cosas, esta nueva compañía pausaba metódicamente para estirar, para tomar agua, para deleitarse en algún rincón, y para obligar a Maritornes a quitarse la venda, hacer uso de los antiinflamatorios y descansar el tobillo, ahora hinchado y carente por completo de rango de movimiento. Entre las dos vivieron más a fondo el silencio y caminaron juntas pero permitiéndose un gran espacio para el pensamiento y la reflexión, sin que faltara el humor mordaz que tanto las ha hecho reír en la vida.

  Al llegar a Santiago de Compostela, Maritornes no pudo menos que trazar un paralelo entre el Camino y la vida, que nos va regalando, si tenemos abierto el corazón, el contacto con almas que por azares, esfuerzos y dones generales del destino nos acompañan de una y otra forma a lo largo de diversos segmentos de nuestra trayectoria vital cambiando en ella la melodía que la hará memorable. Y como en el Camino, cuán hermoso es constatar que, como los amaneceres, nadie se repite, y cada uno tiene para regalarnos una irrepetible combinación de colores.

Las sonrisas fecundas. El Camino. Dos

Algunas de las personas que se encuentran por las sendas de la vida, y el Camino de Santiago no es la excepción, alegran el recorrido pero van quedando atrás, como los castaños, las matas de mora y los girasoles. Otras, sin embargo, dejan huella y para Maritornes es claro que una de las grandes bondades del Camino es que propicia encuentros de corazones. Los peregrinos y caminantes están unificados en su esfuerzo, en la desnudez de su alma, en el atuendo, que solo con ligeras variaciones consta apenas de unos zapatos horrorosos, una camisa lavable y un pantalón polvoriento.

  Sucede pues que Maritornes conoció a X y a B, dos mujeres colombianas, con quienes se fue haciendo una “amistad del Camino” que las llenaba de alegría en cada encuentro fortuito. B mencionó un día que para ayudarse en la marcha cuando estaba cansada recitaba un poema que empezaba “Más allá de la noche que me cubre / negra como el abismo insondable, /doy gracias a los dioses que pudieran existir / por mi alma invicta”. Sorprendida por encontrar, sin haberlo previsto, una amante de la poesía, Maritornes no tardó mucho en atar cabos y darse cuenta de que se trataba de una traducción al español de Invictus, de William Ernest Henly, esa hermosa oda a los actos de valentía tantas veces citada en el cine (“I am the master of my fate / I am the captain of my soul”).

  Sabiendo pues que a B le gustaba la poesía, un día tuvo el impulso de enviarle un poema titulado Sonríeme (“Sonríeme como ayer / para que tu sonrisa retoñe / en la estación perpetua / del solsticio vertical”). Maritornes no sabía dónde se encontraba B, pero suponía, por su propia jornada, calurosa, fatigosa e interminable, que a B podría venirle bien un poema con el cual acompasar la marcha.

  Pronto recibió un mensaje lleno de sentimiento, en donde las lágrimas se hacían palpables y en el que B le contaba que antes de salir para el peregrinaje, su marido y el de X les habían dicho que lo único que pedían de su épico recorrido era que todos los días les enviaran una foto sonriendo. Maritornes, conmovida, consideró oportuno entonces decirle que ese poema era de su autoría, y que con mayor razón apreciaba que las hubiera conmovido y les hubiera gustado. Prosiguió su jornada de marcha hacia el siguiente pueblo, con las emociones a flor de piel, y con una sonrisa inocultable. (“Sonríeme de costa a costa / que el secreto está en sonreír”). Atenta siempre a esas “casualidades” que no lo son tanto, y que parecen más bien el fruto de los actos de alguien con poder de entrelazar corazones, destinos y momentos, agradeció al Camino y a Dios esa sincronía de gran significado.

  Pasada más o menos una semana, Maritornes caminaba por el Monte de Gozo —sitio emblemático del Camino, a unos cinco kilómetros de distancia de Santiago de Compostela, desde donde por primera vez se divisan las torres de la catedral—. Con el corazón alegre por estar cerca de llegar a la meta, buscó su teléfono para tomar alguna foto y encontró un video que le enviaba B. Su cara rebosante de emoción, en primer plano, y con la “sonrisa dispuesta”, se movía al vaivén de la marcha. En el video ella recitaba de memoria Sonríeme (“Lanza otra vez tu semilla / al viento de mi alma dispuesta”), anunciaba que estaban a punto de entrar a Santiago de Compostela, y decía, por fin, “Gracias por regalarme uno de los momentos más especiales del Camino”.

  Así son los chispazos que el Camino inspira y propicia por el simple hecho de ofrecerles a personas diversas un silencio, unas horas largas, un cielo, unas pistas por dónde caminar y un sentido posible para hacerlo. El reto —que exige deshacerse de tantas de las cosas que confunden y despistan sobre quiénes somos en realidad—, permite que seres humanos, extraños entre sí, se encuentren en un lugar sensible al que habría sido difícil acceder en las circunstancias habituales de la vida cotidiana. Así pues que el Camino obró este milagro: unos maridos pidieron una sonrisa, esa sonrisa se cruzó con un poema sonriente que se posó sobre unas peregrinas sonrientes, y tanta sonrisa, por fin, hizo sonreír —y llorar de emoción— a una poeta. Es pues buen momento para que Maritornes le diga a B: “Gracias por regalarme uno de los momentos más especiales del Camino”.

——o——

Y como nunca habrá suficiente de poesía, a continuación el poema que recitaba B cuando la marcha se hacía difícil, primero en el original en inglés, y después la traducción al español.

Invictus

Out of the night that covers me,

  Black as the Pit from pole to pole,

I thank whatever gods may be

  For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance

  I have not winced nor cried aloud.

Under the bludgeonings of chance

  My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears

  Looms but the Horror of the shade,

And yet the menace of the years

  Finds, and shall find, me unafraid.

It matters not how strait the gate,

  How charged with punishments the scroll,

I am the master of my fate:

  I am the captain of my soul.

William Ernest Henley, 1849 – 1903

Invictus

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

(Infortunadamente, en la página en donde Maritornes encontró la traducción, no está el crédito de quien lo tradujo).

Y por último, a riesgo de ser redundante:

Sonríeme

Sonríeme como ayer

para que tu sonrisa retoñe

en la estación perpetua

del solsticio vertical.

Lanza otra vez tu semilla

al viento de mi alma dispuesta

y verás cómo brotan capullos

en la cantera y la gres.

Sonríeme de costa a costa

que el secreto está en sonreír.

Y dame esa sonrisa tuya

que despierta paisajes dormidos

en el filo de la eternidad.

Maritornes